Me ha llegado por correo esta tira cómica:


La verdad es que siempre me ha llamado mucho la atención la imagen que, desde el resto de España, se tiene de los catalanes. Yo soy hijo de inmigrantes, y me crié en un barrio en el que la mayoría de mis amigos y compañeros de clase sólo hablaban castellano. Para dar una justa perspectiva histórica, sólo hace falta decir que el colegio en el que estudié la EGB se llamaba Colegio Público Carrero Blanco, aunque más tarde se cambió por Col·legi Públic Pau Casals, más acorde con los nuevos tiempos que corrían...
Hasta que no cumplí los catorce años y entré en un instituto que se declaraba "catalanista", para mí el catalán era una lengua como el francés: la estudiaba en el colegio pero pensaba que no la utilizaría nunca. Sin embargo, durante los dos años que pasé en ese instituto, toda la comunicación con los compañeros de clase y con los profesores, se realizaba en catalán. Al principio me costó mucho, pues como pasa con el inglés, la forma de hablar que te enseñan en las academias dista bastante del inglés de a pie (la gente se saluda con un Hi! o un What's up? y no con el más formal How do you do?, por poner un ejemplo).
Como a medida que vas creciendo tu mundo personal también se amplía, con el paso del tiempo fueron entrando en mi órbita más y más personas que hablaban catalán de forma regular, con su familia y amigos. Mi pareja de entonces, sin ir más lejos. También empezaron las emisiones de TV3, la televisión de Catalunya (obviamente, en catalán). De manera que el catalán pasó a formar parte de mi día a día.
Aunque mi pareja de entonces hablaba catalán con su familia, nosotros nos habíamos conocido hablando en castellano y no éramos capaces de cambiar de idioma. Esto hacía que, cuando estábamos con su familia, entre nosotros hablábamos en castellano, pero tanto ella como yo, hablábamos en catalán con el resto.
Del mismo modo recuerdo que mi madre hablaba con una amiga en castellano y la amiga respondía en catalán (mi madre entiende el catalán, pero no lo habla, más por vergüenza que por otra cosa). Como anécdota, diré que mi padre habla catalán, con más o menos soltura (aunque nació en Murcia, lleva en Catalunya desde jovencito); lo más divertido es que, inconscientemente, cuando habla con alguien catalán -como mi pareja actual-, aunque estén hablando en castellano, pone acento catalán.
Lo digo porque, desde mi punto de vista, la verdadera normalidad está precisamente, en ese bilingüismo que nace del respeto. Algunas personas se sienten más cómodas o más sueltas hablando en castellano y otras en catalán. En mi caso, tengo tan asimilado el hecho de hablar en castellano con unos y en catalán con otros que no es extraño que, hablando en corrillo, cambie de un idioma a otro a media frase, dependiendo de a quién esté mirando en cada momento.
En cuanto al sentimiento nacionalista, la verdad es que depende de en qué lado de la frontera me encuentre: cuando estoy fuera de Catalunya las pequeñas diferencias que te hacen sentirte -y que te reconozcan como- catalán, aunque no te des cuenta, se ponen de manifiesto por simple contraste. Del mismo modo, aquí hay gente que se pasa de la raya, precisamente por aquello de que el sentido común es el menos común de los sentidos; hay que ser muy cafre para hablarle en catalán a un tipo de Zevilla que está preguntando cómo ir a una montaña, especialmente cuando, con buenos modos y educación le contesta que él es de Sevilla y que no te entiende si le hablas en catalán, que por favor le contestase en castellano (esto lo presencié en la Vall d'Aran, y doy fe de que aquel tío de Zevilla de toa la vida y que se le notaba mucho al hablar)
Soy consciente de que fuera de Catalunya situaciones similares se producen tanto en uno como en otro sentido.
En cualquier caso, creo que la solución es bien sencilla: respeto.
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